Las bajas tasas de natalidad, que siguen cayendo en todo el mundo y especialmente en los países con las economías más desarrolladas, no pueden explicarse por un solo factor. Tampoco resultan importantes por una sola razón. Las administraciones públicas tienden a centrar su preocupación en cómo el envejecimiento de la población pronto llegará a un punto en el que los pensionistas (con una esperanza de vida cada vez mayor) superarán en número a los trabajadores que pagan impuestos, estresando o incluso colapsando los sistemas de pensiones y salud. Los demógrafos y sociólogos están llamando cada vez más la atención sobre la existencia de una brecha entre cuántos hijos se quieren tener, y cuántos se tienen realmente. Ni siquiera las mujeres que reportan un número ideal de descendientes menor que el promedio están cumpliendo con esos bajos objetivos de fertilidad.
En todo el mundo, diversas iniciativas gubernamentales destinadas a aumentar la fecundidad dirigiendo prestaciones, subsidios o incluso ayudas directas a las familias con hijos a cargo han fracasado en gran medida a la hora de cambiar el rumbo.
El estudio Más trabajo, menos bebés: ¿Qué tiene que ver el ‘workismo’ con la disminución de la fertilidad? aporta datos para ofrecer una explicación de por qué los programas existentes se quedan cortos. Según este innovador informe, financiado por el Social Trends Institute y publicado por el Institute for Family Studies, la importancia que las personas atribuyen al trabajo y a la familia es muy relevante para los resultados de fertilidad. Usando cuatro conjuntos de datos diferentes, los editores Laurie DeRose y Lyman Stone exploran la relación entre el trabajo, la familia, las actitudes de rol de género y la fertilidad en países de todo el mundo, concluyendo que los países de altos ingresos más «orientados al trabajo» experimentan grandes disminuciones en la fertilidad. El estudio revela cómo las normas sociales centradas en el trabajo y el papel cada vez más importante que ocupa el trabajo como fuente de valor y significado en la vida de las personas están altamente correlacionados con unas tasas de natalidad más bajas, que pueden explicar parcialmente.
Los esfuerzos gubernamentales, institucionales y privados para aliviar las presiones entre la familia y el trabajo con frecuencia apuntan a igualar el campo de juego para las mujeres, que tradicionalmente han soportado una mayor parte de la carga en las exigencias del hogar. Sin embargo, tales políticas ignoran la realidad de que aligerar las cargas de las madres requiere que alguien más, presumiblemente sus parejas, lleven parte de este peso. La llamada “doble carga” sólo se redistribuye, no se elimina. «Se considera que los valores igualitarios y un Estado del bienestar social generoso protegen a los países nórdicos, en particular, de las tasas de fecundidad muy bajas. Sin embargo, desde 2008, las tasas de natalidad en esos países se han desplomado», ha afirmado el coeditor del informe Lyman Stone. Mientras el enfoque esté en moldear a las familias para que trabajen, en lugar de trabajar para las familias, afirma el estudio, las supuestas iniciativas a favor de la familia estarán equivocadas e incluso podrán resultar contraproducentes. «Las políticas gubernamentales que intentan aumentar la fertilidad al proporcionar más beneficios dirigidos a los trabajadores, como el cuidado infantil universal o los permisos de paternidad, pueden socavar sus esfuerzos a medida que fortalecen un guión de vida «trabajador» en lugar de «familiar».
Así, Stone señala al elefante en la habitación afirmando que «el lugar de trabajo compite con la familia por el tiempo, la atención y como fuente de significado en la vida. Esta es la conclusión obvia de la experiencia personal de prácticamente todos los padres que trabajan, pero es una realidad poco apreciada en el ámbito de las políticas».