Atrás quedaron los días en que, en el mundo occidental, se daba por hecho que las mujeres se encargarían del cuidado del hogar y los niños mientras que los hombres ganarían dinero para mantener a toda la familia. Sin embargo, cuando ambos padres trabajan fuera del hogar, sea por necesidad o por elección, se requieren arreglos alternativos para el cuidado de los niños y el hogar. La profesora Shelley Wilcox, en su capítulo «¿Quién paga por la desinstitucionalización de género?» publicado dentro del volumen Identidades de género en un mundo globalizado, señala cómo algunas mujeres abandonan los roles y expectativas de género tradicionales a través de encerrar a mujeres menos afortunadas en ellas. Este texto es un extracto de su artículo.
En los Estados Unidos, la expansión de las oportunidades en la esfera pública ha permitido que muchas mujeres blancas de clase media puedan desarrollar nuevas identidades de género. Sin embargo, estas identidades liberadoras se basan cada vez más en una «reinstitucionalización» de las identidades de género tradicionales para las trabajadoras migrantes que las reemplazan en la esfera doméstica.
Wilcox describe cómo las mujeres que trabajan fuera del hogar usan a las trabajadoras domésticas como «una estrategia para manejar las demandas de la doble jornada laboral». Aunque las mujeres participan y avanzan cada vez más en el mercado, dice, aún deben ajustarse a un modelo de carrera masculino que recompensa cada vez más largas horas de trabajo. Sin embargo, todavía son en gran parte responsables del hogar cuando llegan allí, por lo que no dan abasto con todo.
En ausencia de familias extensas para ayudar con el cuidado infantil o instalaciones de cuidado fuera del hogar que sean de calidad y asequibles, contratar a una niñera/ama de llaves es una opción atractiva para muchas familias. Sin embargo, las trabajadoras son vulnerables a la explotación en un campo en gran medida no regulado y no estandarizado, con un estatus bajo y un alto grado de desigualdad.
Las empleadoras tienden a explotar a las trabajadoras domésticas de la misma manera que las amas de casa son explotadas dentro de la familia patriarcal. Al igual que los esposos patriarcales, las mujeres empleadoras se benefician claramente del trabajo de las trabajadoras domésticas. Contratar a una trabajadora doméstica libera a las mujeres empleadoras de la ejecución cotidiana de sus deberes domésticos, asignados culturalmente, lo que les permite participar en la esfera pública como iguales a los hombres. De esta manera, las trabajadoras domésticas permiten a sus empleadoras desarrollar identidades de género no tradicionales fuera de sus roles como madres. Además, dado que los «productos» que resultan del trabajo doméstico mercantilizado (hogares limpios y niños bien atendidos) tienden a atribuirse a las empleadoras, las mujeres que contratan trabajadoras domésticas también pueden satisfacer las expectativas culturales de una buena maternidad. De esta forma, las trabajadoras domésticas permiten a las empleadoras disfrutar de las ventajas de la desinstitucionalización de género sin sacrificar los aspectos más tradicionales de sus identidades de género.
La profesora Wilcox continúa denunciando la forma en que este escenario «contribuye a una división internacional del trabajo en la que las mujeres migrantes del Sur global reproducen cada vez más a las familias de los ciudadanos del Norte global».
Postula que un primer paso para mejorar la situación sería formalizar y regular los trabajos domésticos. Sin embargo, para hacerlo, serían necesarios cambios sociales más profundos, como aumentar el valor social y económico percibido de dicho trabajo y desasociar las tareas domésticas del género, junto con la mejora de las políticas de inmigración y la reducción de las desigualdades económicas mundiales.