Reproducido con permiso del blog del IFS .
Los países nórdicos se muestran con frecuencia como modelos a seguir de lo que puede ir bien cuando se unen una generosa política familiar y un igualitarismo de género. Los países nórdicos tienen una mayor fertilidad que los estados menos generosos (por ejemplo, Polonia) o que los países que privilegian el modelo de hombre-sostén de la familia/mujer-ama de casa, ya sea en sus leyes (por ejemplo, Alemania) o con sus normas (por ejemplo, Italia, Japón). Los encargados de formular políticas nacionales se preocupan porque la fertilidad de reemplazo ayuda a mantener el apoyo de ancianos y una fuerza laboral productiva.
Si bien existe un acuerdo general de que los padres involucrados pueden marcar la diferencia entre las familias de un solo hijo y las familias más grandes, hay menos acuerdo sobre cuál es el factor de la participación del padre que marca la diferencia en las decisiones de fertilidad. La investigación reciente sobre Noruega, realizada por Trude Lappegård y Tom Kornstad, se suma a lo que sabemos sobre los padres y las decisiones de fertilidad de dos maneras: 1) aclara que son las normas sociales que apoyan a los padres involucrados, no solo el comportamiento de los hombres individuales, las que apoyan la fertilidad, y 2) muestra que el compromiso del padre es más importante que la igualdad de género, per se, en lo que se refiere a las decisiones de fertilidad.
El primero de estos hallazgos no es realmente una sorpresa. Ya sabemos, por ejemplo, que se ha demostrado que las normas sociales sobre una alimentación saludable afectan positivamente las elecciones de alimentos, por lo que tiene sentido que vivir en lugares con muchos padres involucrados incline a los hombres hacia la paternidad. Sin embargo, el hecho de que este hallazgo parezca sencillo no debería descartar su importancia: Lappegård y Kornstad proporcionaron evidencia de que se puede esperar que la política que cambie el uso real de la licencia paterna tenga efectos multiplicativos a través de la influencia social. Por ejemplo, si se induce a un padre a pedir un permiso familiar después de que nazca su bebé, porque el estado ofrece un permiso pagado que de otro modo se quedaría sin usar, su acción podría tener importancia en la vida de sus vecinos. En particular, su vecina podría tener menos reservas sobre quedarse embarazada al vivir en un lugar donde otras madres no han tenido que manejar las tareas del hogar solas, y su pareja masculina sería menos propensa a resistirse a las tareas domésticas porque se han vuelto menos rígidamente femeninas en su comunidad.
El contexto noruego para el trabajo de Lappegård y Kornstad es importante. Cuando los hombres hacen uso de un permiso familiar no remunerado, algunos empleadores los ven como trabajadores menos comprometidos. Por contra, los empleadores no parecen juzgar a los hombres que hacen uso de permisos parentales remunerados e intransferibles. Una «cuota de padre» en los permisos de paternidad remunerados suena ajena para los estadounidenses, pero Noruega otorga permisos parentales remunerados que no pueden transferirse de padres a madres desde hace más de 25 años. Aparentemente, ser un tomador de decisiones racional, es decir no dejar un beneficio estatal sin usar, no viola las normas del lugar de trabajo en la misma medida que lo hace ser un padre de familia sin ingresos.
No obstante, incluso en Noruega, algunos hombres no hacen uso de su «cuota de padre» al completo. Hay situaciones laborales y domésticas muy variadas, así como una amplia gama de orientaciones individuales hacia el trabajo y la familia. Lappegård y Kornstad utilizaron la variación espacial en más de 400 municipios noruegos para mostrar que los permisos parentales de los hombres después del nacimiento de un primer hijo aumentaban las posibilidades de tener un segundo (la paternidad comprometida era importante para la fertilidad a nivel de pareja). También determinaron que era más probable que las madres dieran a luz por segunda vez en los municipios donde más hombres tomaron al menos un permiso familiar remunerado (la paternidad comprometida, representada por la proporción de hombres que utilizan la “cuota de paternidad”, importaba para la fertilidad a nivel comunitario).
Por lo tanto, su trabajo va más lejos que otras investigaciones que muestran que las mujeres, a nivel individual, cuyas parejas les apoyaron en el hogar desean tener más hijos. El estudio conecta suficientes puntos para establecer un argumento sólido sobre la “cuota de paternidad” y cómo cambia las normas sociales para aumentar la proporción de mujeres que tienen un segundo hijo. La proporción que precede al segundo nacimiento es un determinante crítico de las tasas generales de fertilidad, mucho más importante que las tasas de parejas sin hijos o la prevalencia de familias numerosas en los países de baja fertilidad de hoy.
Además, Lappegård y Kornstad demostraron que aclarar una cuestión mucho más simple que la igualdad de género en el trabajo doméstico puede aumentar la fertilidad. Pusieron a prueba tanto los efectos de hacer uso de la cuota del padre (que llamaron «compromiso del padre») como la cantidad de licencias que los padres tomaron en relación con las madres (que llaman «igualdad de género»). Ambos miden la «participación del padre», pero uno es una medida absoluta y el otro es relativo a las madres (según lo medido por las bajas solicitadas, que es una aproximación imperfecta, pero a la vez razonable).
Tanto la participación del padre como la igualdad de género aumentaron la fertilidad en este estudio, pero la participación del padre tuvo un efecto más fuerte. Los autores explicaron que la participación del padre fue suficiente para cambiar las normas sociales. Continuaron enfatizando que el simple hecho que el padre promedio tome un permiso de baja importa más que la proporción de padres que toman un permiso (llegar al 50% comprometido hace una mayor diferencia en las tasas de natalidad que pasar del 60 al 90% comprometido). Llegaron a la conclusión de que el cambio en la norma social de participación era más importante que la cantidad de padres involucrados.
Por lo tanto, si bien el feminismo y/o la igualdad de género se han anunciado como el nuevo natalismo, esta nueva investigación sugiere que promover la participación del padre puede apoyar la fertilidad incluso cuando no se logra la igualdad de género (el permiso familiar no se compartió por igual en ningún municipio noruego). Lappegård y Kornstad concluyen: «Para las sociedades que están preocupadas por la baja fertilidad, las políticas que fomentan la participación del padre podrían ser una inversión valiosa». Esto parece muy coherente con la idea de que el familismo es el nuevo natalismo.